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Mi renuncia a la Juco


Después de varios años de militancia en la Juventud Comunista Colombiana, de un sinfín de aprendizajes y el desarrollo de mi manera de comprender y actuar en política, tomé la determinación de separar mi destino personal de la organización juvenil de mayor trayectoria en la historia del país. Como es sabido, llegué a ser elegido miembro del Comité Central de esta organización, teniendo entre mis responsabilidades la Universidad Nacional de Colombia y, en general, las cuestiones del mundo universitario.

Dada esta responsabilidad colectiva que me fue delegada es que me veo obligado a extender una explicación de las razones por las cuales decidí apartarme definitivamente de la Juco. Espero que éstas puedan servir para enriquecer la reflexión y proyección política de quienes mantienen su fe intacta en esta organización.

La Solución Política Negociada y el Congreso de Cartagena


La realización del Sexto Congreso de Estudiantes Universitarios había sido prevista por los escenarios de discusión política de la Juventud Comunista, no obstante y a todas luces, era solución política-negociada del conflicto armado la que marcaba los tiempos y acentos de la situación política nacional. Hace más de tres décadas, desde el XIII Congreso del PCC, había sido declarada la solución política dialogada como un objetivo estratégico[1]; consigna ratificada por el XXI Congreso[2].

En determinado momento, la coyuntura de la paz se convirtió, en lo concreto, en el problema de la refrendación del Acuerdo de la Habana, y más adelante en el plebiscito. Todos los discursos, manifiestos, resoluciones, declaraciones y actos políticos por la solución política dialogada tenían oportunidad de resolverse bajo un mecanismo específico, el plebiscito. Desafortunadamente, las alusiones de los medios de comunicación sobre el mecanismo de las urnas como solución concreta de la refrendación del acuerdo fueron menospreciadas en las interpretaciones de las direcciones ejecutivas del Partido y de la Juventud. En ocasiones, llegaron a sostener que la Corte Constitucional no lo iba a permitir.

Para mi sorpresa, y la de muchos otros militantes, a mediados de 2016, el máximo jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Timoleón Jiménez, no solo dio a conocer la culminación exitosa de las negociaciones, sino, además, la aceptación del mecanismo electoral para la refrendación de lo acordado. En mi opinión, este acto marca de manera trascendental la futura la situación política nacional, en consecuencia la necesidad por reajustar toda la proyección política del futuro inmediato. Era una final y tocaba alistarse para dejarlo todo en la arena.

Como lo viví, la Juventud Comunista no modificó sustancialmente su accionar táctico, a pesar del plebiscito inminente. En su lugar, el Congreso de Cartagena se mantuvo como  prioridad política del momento. En un seminario conjunto con otra organización juvenil se nos propuso el impulso de una campaña para posicionar el Sí en las universidades del país, pero la Juventud ya había ubicado su prioridad, Cartagena.

En este punto me comienzo a distanciar de la línea política de la organización. Pienso que es un completo despropósito volcarse a la realización de un Congreso de Estudiantes Universitarios cuando lo fundamental era dirigir todas las fuerzas al triunfo de la refrendación del acuerdo. Frente a mis reparos, se me llegó a decir que este Congreso construiría la propuesta de educación superior para la paz. Cosa que vi con buenos ojos, pero la participación en el diseño de los contenidos me llevó a pensar que tal cosa no iba a suceder.

Mi propuesta de estudiar la experiencia de la reforma de la educación superior en Ecuador –a mi parecer la más ambiciosa de la región- fue desechada por asuntos de las correlaciones internacionales en la OCLAE. Esto me llevó a pensar que: 1) la Juco privilegió el Congreso por sobre la Solución Política Negociada,  y que 2) este Congreso no iba a tener ningún impacto en la definición de política de educación superior, ni de la movilización social. Lo anterior, con el agravante que la ejecución de recursos de cooperación internacional fue más importante que la definición de la coyuntura de la paz, cosa que pone a la organización más del lado de una ONG que de una organización política que persigue cambios estructurales.

¿Una solución antiestatutaria?


Frente a este panorama, opté por renunciar al Equipo Operativo Nacional de la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios, no obstaculizar el desarrollo del Congreso de Cartagena y dedicarme a las cuestiones propias de la Universidad Nacional. Sin embargo, de esta renuncia se derivó una situación hoy todavía confusa. Un miembro del Comité Central, también de la UN y del EON de la ACEU, le comunicó al responsable político de la UN ante el Regional Hernando González Acosta (Bogotá) que de allí en adelante yo sería excluido de la coordinación política. Esto, en la práctica, fue una destitución antiestatutaria de la responsabilidad colectiva que me había asignado el pleno del Comité Central del 15 Congreso de la Juventud Comunista.

En aquel momento, pensé que aquella no era la manera de tratar a un militante de una organización revolucionaria. Aun considero que fue un acto desleal, falto de ética y que desconoce las trayectorias militantes. Me atrevería a decir que esta manera de “resolver” debates internos se ha repetido con otros militantes, tanto de instancias nacionales como de instancias locales. Cualquiera con experiencia organizativa sabe que no es fácil ni rápida la formación de cuadros, sino que es un proceso que toma tiempo, recursos económicos y esfuerzos personales. Cuesta mucho formar un cuadro como para desecharlo en un par de semanas.

Sin lugar a dudas, esta situación pudo resolverse, como muchas otras, con un diálogo en el momento adecuado. De eso se trata hacer política, aunque también se hace política con el silencio y las dilaciones. Es cuestión de voluntad política, y en varias ocasiones llegaron a mis oídos los rumores, que desde miembros de la dirección nacional se difundían, y que aludían a que había sido yo quien había abandonado la responsabilidad. Sobre mí recayó una política de aislamiento y deslegitimación, así lo interpreto.

A pesar de la falta de lealtad y del maltrato al militante del que fui objeto, un par de compañeras me convencieron de no dejar las cosas así, de insistir y buscar mi lugar en la organización; en últimas, se supone que las y los comunistas somos lo que somos porque no toleramos las injusticias.

Me dirigí personalmente al organizador nacional para solicitarle fuese resuelta mi situación. Solo conseguí aplazamientos. Finalmente, opté por acudir formalmente a la Comisión Nacional de Garantías. Nunca pensé que fuesen necesarias las instancias formales; que en una organización de militantes uno tuviese que pedir el recibido, así como cualquier ciudadano lo hace intentando que no le tomen del pelo cuando hace sus solicitudes.

La solicitud cursó el debido proceso y en pleno del comité central fueron restituidas mis responsabilidades políticas. No obstante, ya habían sido bastante deterioradas las relaciones de confianza, tanto a nivel nacional, como internamente en la Universidad.

La Universidad Nacional y el Consejo Superior Universitario

El mismo semestre del incidente de mi destitución se desarrollaron en la Universidad Nacional tres escenarios políticos demandantes: 1) El Plebiscito de la Paz, 2) El VI Congreso y, 3) la elección de la representación estudiantil ante el Consejo Superior Universitario. Frente a este último, particularmente, pienso que la no participación del proceso se debe a falta de madurez política sobre quienes recayó tomar la decisión. Los miembros de la dirección local flaquearon y la dirección nacional los dejó claudicar. Los argumentos políticos esgrimidos para no participar en la contienda fueron derrotados en la práctica.

En una perspectiva de mediano plazo, es en este semestre en el que se comienza a resquebrajar el acumulado organizativo de la Juventud Comunista en la Universidad Nacional, sede Bogotá.

Finalmente


El lapso de tiempo que estuve destituido de la responsabilidad en el Comité Central acrecentó las diferencias de lectura y proyección política con la dirección ejecutiva. No obstante, intenté desarrollar una iniciativa de comunicaciones desde la Universidad Nacional[3].  Cuando tomé la decisión de renunciar al equipo operativo de la Asociación de Estudiantes Universitarios, consideré que había mucho potencial por desarrollar desde la Universidad y que, desafortunadamente, el camino de desarrollo político que me presentaba la Juventud era el de ser un cuadro interno.

Desde hace ya un tiempo, me retumbaba en la cabeza el hecho de que, a pesar de toda la construcción política que la Juventud lograba sintetizar en sus escenarios, no existía un solo cuadro reconocido a nivel nacional por la gente; centenares de documentos se escriben en la Jota, pero ninguno de ellos dirigidos a influenciar la opinión pública, a construir la tan anhelada hegemonía. Eran otros liderazgos políticos los que se posicionaban entre las y los jóvenes. Personas con un sentido de interpretación y una sensibilidad que uno podría catalogar como de izquierda, terminaban seducidos por el carácter desafiante y contestatario de figuras políticas cuyo proyecto político se inscribe en el centro. Pienso que la política es un asunto fundamentalmente público, y que como tal, implica el reconocimiento de la gente.

Llegué a pensar que me estaba distanciando de las ambiciones políticas de la organización. Creo que un actor colectivo con suficiente autodeterminación puede aspirar a ser una minoría marginal, aunque heroica. Está en su derecho. Pero estoy convencido que construir una nueva mayoría implica salir en su búsqueda: posicionar liderazgos entre la gente, ser un referente para la mayor cantidad posible de jóvenes del país, intentarlo.

No tengo absolutamente nada en contra de Juventud Comunista. A lo largo de mis años de militancia conocí decenas de jóvenes que son capaces de entregarlo todo por un país mejor y sin esperar nada a cambio. Personas admirables, capaces y entregadas a uno de los proyectos de futuro más bellos que el mundo ha podido soñar, el de una sociedad sin clases. Pero, con toda honestidad, tengo que manifestar que su dirección ejecutiva fue incapaz de enfrentar la coyuntura más significativa de nuestra historia reciente, y de allí para acá no ha dado muestras de intentar girar el timón. Después de la derrota en el plebiscito su actitud, como dirección, fue timorata. No se decidió por defender oportunamente el acuerdo de la Habana, tampoco por luchar contra la anunciada reforma tributaria, el nuevo código de policía o el Sistema Nacional de Educación Terciaria[4].

Entre su posible relevo parece que tampoco existe la preocupación por cambiar de rumbo. Cuadros fogueados que hubiesen podido propiciar una renovación política de la organización para ponerla en sintonía con los jóvenes del país, fueron excluidos o, sencillamente, no fueron tenidos en cuenta. Hoy desarrollan prometedores escenarios en Suacha y en la Cámara de Representantes por Bogotá.

Ojalá esté equivocado, y el destino del acumulado juvenil más importante (aún) para la transformación del país no sea la marginalidad política. Ya no me corresponde a mí bregar que así no suceda. He optado por abrirme un nuevo camino, explorar nuevos lenguajes, escenarios y repertorios; participar de un proyecto que ambicione ganarse la credibilidad y el corazón de cientos, millares y, ¿por qué no?, millones de jóvenes; o, por lo menos, intentarlo.


¡Arrieros somos, y en el camino nos encontramos!

UN gran abrazo y gracias por tanto




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